Las personas muy pudorosas afirman que a ellas no
les sucede, pero en general parece existir un condicionamiento natural o
cultural que determina que, al contemplar una relación sexual, los seres
humanos nos contagiemos de deseo. Por lo
demás, la visión de uno mismo en esa situación es como presenciar la
encarnación de una fantasía y permite descubrir ciertas facetas propias un
tanto instintivas, que al que menos le potencian la libido. Un recurso del que, al parecer, su enamorado
ya estaba al tanto.
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