Aunque las erecciones involuntarias son muy comunes
y señal de buena salud, pueden desencadenar situaciones verdaderamente
incómodas. La playa, ciertamente, no
facilita la lidia con estas embarazosas irrupciones. Evite las llamadas trusas “con nariz” y luzca
las holgadas. Tenga a la mano algún
objeto –de preferencia frío- para tapar discretamente la zona en conflicto,
llegado el penoso momento, y manténgase sentado. Emprenda rauda carrera zambúllase en el mar y
permanezca allí hasta comprobar el decaimiento de su miembro. Las erecciones involuntarias suelen mitigarse
con los años, pero su desaparición sí es digna de preocupación. Le quedan a usted varios veranos para vérselas
con ellas.
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