Su duda, que tormentosa crece, pareciera concernir
más al mundo de la ética que al del Campo de Venus. Pero muchas veces estas fronteras son difusas
e irreales. Su pregunta demuestra que en
el territorio del “engaño” o más aún, en este mismo, los amantes clandestinos
pretenden vivir entre ellos una pasión cuya verdad, por contraposición a la
mentira “oficial”, es inquebrantable, fruto del puro deseo. Expresa usted que el afán de exclusividad y
de propiedad aflora sin aviso e, incluso, con más fuerza donde se supone reina
la libertad. Se siente ahora un eslabón
de la delicada –y quién sabe cuán larga- “cadena alimenticia del deseo”. Piénselo: ¿tiene usted el derecho de
confesarle a su caballero que sólo quiere ser su única “otra”?
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